Rebelión
La actual crisis económica produce y producirá una serie de efectos en diversos ámbitos de la acción humana. Y aunque ya se han hecho varios análisis de las causas y de lo que puede provocar a nivel económico y político, existe el vacío en la discusión sobre los efectos psicosociales que la crisis conlleva. Para hablar de estos efectos, sin embargo, es necesario un pequeño rodeo conceptual.
Los seres humanos son sujetos profundamente sociales. Están configurados por el tipo de relaciones que mantienen con los demás, con el contexto y con la actividad que realizan. Incluso nuestro sentido de identidad más íntimo ha sido, paradójicamente, construido desde nuestras relaciones con el exterior. En este caso, por las relaciones que se establecen con nuestras figuras parentales. La misma subjetividad y el deseo se organizan en función de la historia personal y de las relaciones sociales en las cuales el sujeto está inserto. De esa cuenta, las personas y los colectivos también participan de determinada configuración psicológica posibilitada y creada a partir de las condiciones del contexto en el que se encuentran.
La subjetividad y la acción personal y colectiva se deben relacionar con la organización económica que existe en un determinado tipo de sociedad y también en relación a la posición que los sujetos ocupan dentro de la estructura económica. Se debe señalar que el conjunto de instituciones económicas, la forma en que se organizan los procesos de trabajo, producción y consumo afectan directamente lo que las personas hacen, piensan y sienten. Esto no quiere decir que sea una afección mecánica. Hay muchas complejidades que participan en la configuración de los sujetos. La misma actividad que desarrollan y los recursos sociales y simbólicos con los que cuenten son factores que se deben tomar en cuenta a la hora de comprender los efectos del contexto sobre las personas.
Se pueden señalar algunos ejemplos generales. El ritmo frenético de producción y consumo produce efectos subjetivos. Uno de los efectos más visibles de la relación que se establece en los requerimientos del modo de producción y las personas se expresa en una compulsión de consumo. Las cosas se desean todas y ya. Lo más nuevo se equipara con lo mejor y se tiene que conseguir y poseer. Esta modalidad subjetiva es un efecto del sistema económico, pero también un refuerzo al mismo sistema económico. Al fenómeno del “acortamiento de la vida media de los productos” le corresponde la configuración de un sujeto que desea cambiar los productos de forma cada vez más acelerada, compulsiva 1 . La tarjeta de crédito también es símbolo de este consumo compulsivo. El deseo corre parejo con este ritmo. Toda la organización social promueve un determinado tipo de ser humano que corresponda a las necesidades del sistema. Si el sistema es el sistema capitalista, entonces se promoverá con todo tipo de recursos un sujeto capitalista, que funcione adecuadamente en el marco de esta sociedad 2 .
Uno de las mejores expresiones que he escuchado respecto a las relaciones economía y subjetividad lo refirió el analista social chileno Helio Gallardo. Un niño pobre, rural, cuando mira un objeto que desea dice “quiero esto”; cuando un niño de clase media para arriba, urbano, observa un objeto que desea exclama: “cómprame esto”. No es tan solo una diferencia semántica. Expresa dos formas de organización del deseo, dos formas de organizar el mismo desear humano.
No es exactamente que la primera sea más ingenua y más “natural”. Pero seguramente la segunda expresa una forma de organización del deseo que corresponde a una forma particular de producción y consumo. Para no extenderse demasiado: el capitalismo necesita crear sujetos que puedan responder a una forma precisa de disciplinamiento en cuanto al trabajo y el consumo.
Teniendo este marco se puede comprender que una crisis económica, en cuanto que tiene efectos en la vida concreta y material de las personas, supone también una serie de efectos psicosociales. El desempleo, el descenso en el nivel de vida y en el nivel de consumo, dificultades para satisfacer las necesidades más elementales, etc., implicarán una serie de reacciones en el ámbito de la subjetividad y en la acción personal y colectiva. Es claro que los efectos serán distintos de acuerdo al grado en que la crisis afecte a un país determinado, el tipo de organización económica de cada país y la posición que las personas y grupos ocupen dentro del seno de las sociedades. Pero pueden considerarse algunos puntos generales.
En concreto, una crisis económica generará un creciente malestar subjetivo en la medida en que se vivirá como una amenaza al nivel de vida y consumo o a las mismas posibilidades de sobrevivencia. Una crisis económica genera sentimientos de malestar, preocupación, temor, desconcierto. Es posible que buena parte de las personas no sepan exactamente qué es lo que viene a raíz de la crisis económica, pero sí sienten en el bolsillo y en el estómago lo que está pasando. En términos estrictamente psicológicos habrá más frustración, tensión, descontento. A nivel individual la reacción depende de una serie de factores. La pérdida de status, nivel de vida o las mismas posibilidades de vivir puede generar una serie de reacciones, incluso equiparables a las de la pérdida de un objeto querido 3 . La escasez de recursos genera tensión y malestar en tanto que no es posible satisfacer las diversas necesidades.
Una posible respuesta de cada actor económico a esta situación será la de reorganizar el consumo de forma racional. Es decir, para aquellos que puedan realizar tal reorganización y que de todos modos será insuficiente en muchos casos, puesto que las respuestas individuales tienen un límite. El límite que colocan las necesidades del cuerpo viviente y de la propia dignidad.
La crisis golpeará distinto si se tiene una posición económica privilegiada o si apenas se tiene para dar de comer. Particularmente, las personas que viven en condiciones de pobreza y extrema pobreza se pueden encontrar en una situación desesperada. Están situadas en un “permanente estado de excepción”, que si cabe, se agravará. ¿Qué pueden sentir las madres y los padres que no pueden darles de comer a sus hijos? Algún cínico podrá responder que “hambre siempre ha habido” en la historia de la humanidad. Lo novedoso es que hay una producción de alimentos que es suficiente para cubrir las necesidades de la humanidad, pero la distribución de la riqueza, la injusta distribución de la riqueza hace que esto no sea posible.
A un nivel mayor, la crisis creará un buen caldo de cultivo para el descontento y para que se produzcan manifestaciones, protestas y brotes de violencia. Lo cual es perfectamente comprensible. Además, ya se está viendo en diversas partes del mundo que han habido protestas frente al aumento del precio de los alimentos. La profundidad de la crisis hace posible pensar que las protestas también durarán buen tiempo y como ya se ha visto en otras ocasiones, se puede generar un clima de inestabilidad en los países más pobres y más golpeados. La historia demuestra ejemplos de gobiernos que han sido tumbados debido a los efectos de crisis económicas (aunque por supuesto, esto no es sino una posibilidad que depende de muchos otros factores).
Desorganizada muchas veces, organizada en otras, la indignación popular puede expresarse en estallidos sordos de cólera y en protestas más sostenidas y planificadas. Es necesario recordar que las personas están siendo amenazadas en su propia subsistencia y toda la ira y la desesperanza se puede canalizar a través de formas violentas de reivindicar la corporalidad sufriente.
En países que no sean tan golpeados por la crisis, pero en los que se sientan sus efectos, una de las reacciones posibles es que se pierda cierta confianza en el sistema y el optimismo que un desarrollo más o menos sostenido provoca, se vea disminuido. Se genera incertidumbre, no se sabe qué pasará, aunque usualmente se tenga cierta sensación de desesperanza y desaliento. Se buscan chivos expiatorios y se pueden tomar diversas medidas para “paliar” la crisis. Sentimientos xenofóbicos ya presentes pueden salir reforzados, entre otras posibilidades.
No obstante la realidad dura de la crisis, existirán sectores y personas que puedan negar maniacamente la crisis, y actúen también en función de esta negación, haciendo como si no existiera hasta que se les dejen venir todos los efectos. Un grupo que está especialmente impreparado para comprender la naturaleza de la crisis es el de los neoliberales. Para ellos, siempre existirán salidas para seguir en la loca carrera por acumular capital. Ya se encontrarán nuevas reservas de petróleo o nuevas fuentes de energía. Ante la crisis de mercado lo que proponen es más mercado. El problema es que buena parte de los actores económicos fuertes (incluyendo gobiernos), pueden pensar en clave neoliberal y querer continuar “ajustando” las políticas neoliberales, no sustituyéndolas por otras alternativas. Seguir hacia el suicidio colectivo les parecerá la opción más “natural”.
Sin embargo, quisiera proponer que dentro de todo el sufrimiento y dolor humano que se producirá a partir de la crisis y de los costos que son transmitidos precisamente a los que menos tienen, se pueden obtener varias oportunidades. Oportunidades que no son, por supuesto, las que se plantean desde la especulación financiera.
Pese al panorama tan difícil que se puede esperar, esta crisis a nivel global podría servir para replantearnos frente a nuestro modo irracional y suicida de producción y consumo. La crisis ambiental y la crisis de relaciones sociales que actualmente se profundizan a partir de la crisis económica internacional, debe considerarse como una oportunidad para buscar propuestas de una racionalidad económica distinta 4 .
La crisis que se deriva del funcionamiento “normal” del modelo económico debería ayudar a replantear el ritmo de producción y consumo, así como a promover una actitud distinta respecto a esa producción y consumo. Una actitud más humana, en la que la actividad económica se centre en los seres humanos (trabajo) y no se centre en el capital. En otras palabras, que tome en cuenta como criterio de evaluación de la actividad económica la reproducción de la vida de los sujetos y no únicamente criterios formales como la maximización de las ganancias y la racionalidad costo-beneficio. Es bien claro que este cambio de orientación no se va a lograr fácilmente. De hecho se ve que ante la crisis, una de las reacciones de los apologistas de la globalización neoliberal es la ya mencionada negación maniaca de la crisis y considerar que esta es pasajera, que ya se encontrarán soluciones y que lo que se necesita es “creatividad” para resolverla5.
Paralelamente, la crisis hace evidente la necesidad de considerar de otra forma la relación con nuestro prójimo. De la actitud individualista, insolidaria y egoísta que niega al otro de múltiples formas, se debe pasar a una actitud más solidaria, que respete y se haga responsable por el otro. La compulsión del consumo y la búsqueda desenfrenada de ganancia debe dar paso a un modelo humano y económico más solidario, menos egoísta. Esta es una oportunidad que puede dar esta crisis. Hay que aprender de los valores de las clases populares, donde el intercambio y la solidaridad son formas más comunes de interacción cotidiana y de afrontar las crisis. Asumir la necesaria transformación de las relaciones que establecemos con los otros y con el medio, dando contenido y siendo consecuente con la frase que recoge Hinkelammert: “Yo soy si tú eres”.
Lo que la crisis revela es la fragilidad de las certezas y optimismos respecto a que el modelo de producción y consumo, el modelo económico de la globalización neoliberal, sea como una turbina permanentemente alimentada y que estará creciendo y acelerando continuamente. Y más allá, se revelan las limitaciones y miserias de un mismo modelo antropológico que responde al sistema económico.
En términos económicos, ecológicos, políticos y humanos, el modelo económico es insostenible. Ojalá que la crisis sea la oportunidad para comprender esta situación y actuar en consecuencia.
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Mariano González, psicólogo, es docente de la Escuela de Psicología de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
1 Un ejemplo paradigmático de este acortamiento se observa en los equipos de cómputo. Su vida media se reduce rápidamente debido a que se desactualizan y aparecen modelos siempre mejores a cada momento…lo que trae el deseo y la conducta de compra compulsiva.
2 Es claro que no todas las personas y los grupos llegan a configurarse de tal manera. La configuración que se produce en una sociedad del capitalismo central no es la misma que se consigue en una sociedad dependiente, y al seno de cada una de estas sociedades, los distintos grupos mantienen relaciones contradictorias y de resistencia frente a un cierto tipo de construcción subjetiva. Lo importante es que el sistema sí tiene efectos sobre las personas y, en términos generales, produce efectos muy consistentes.
3 Si la vida se centra en el afán de lucro, de acumular y tener, se puede preguntar junto a Erich Fromm: “si soy lo que tengo y lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy?”. Si el dios al que se adora es el capital, entonces cada crisis económica y cada amenaza de empobrecimiento se vivirá como una auténtica pérdida y se dará el consiguiente proceso de duelo. Otra cosa muy distinta es que las personas que viven en el límite de la pobreza se sientan amenazadas y ofendidas por no poder llenar las necesidades vitales.
4 Existen propuestas de pensar modelos económicos distintos frente a la irracionalidad suicida del capitalismo salvaje y la globalización neoliberal. Una de ellas está representado por el pensamiento de Franz Hinkelammert. Se puede recomendar especialmente, Hinkelammert, F. (2003) El sujeto y la ley. El retorno del sujeto reprimido. EDAF, San José.
5 La destrucción del ambiente que es resultado del modo suicida de producción y consumo, así como una geopolítica imperialista de “guerras contra el terrorismo” quedan invisibilizados y desconectados de esta actitud “optimista” y “creativa”.
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